Fábula de Tomás de Iriarte
Hubo un rico en Madrid (y aun dicen que era más necio que rico), cuya casa magnífica adornaban muebles exquisitos «¡Lástima que en vivienda tan preciosa», le dijo un amigo, «falte una librería!, bello adorno, útil y preciso.»
«Cierto», responde el otro. «Que esa idea no me haya ocurrido!...
A tiempo estamos. El salón del Norte a este fin destino. Que venga el ebanista y haga estantes capaces, pulidos, a toda costa. Luego trataremos de comprar los libros.
Ya tenemos estantes. Pues, ahora», el buen hombre dijo, «¡echarme yo a buscar doce mil tomos! ¡No es mal ejercicio! Perderé la chaveta, saldrán caros, y es obra de un siglo...
Pero ¿no era mejor ponerlos todos de cartón fingidos?
Ya se ve: ¿por qué no?
Para estos casos tengo yo un pintorcillo que escriba buenos rótulos e imite pasta y pergamino. Manos a la labor.»
Libros curiosos modernos y antiguos mandó pintar, y a más de los impresos, varios manuscritos. El bendito señor repasó tanto sus tomos postizos que, aprendiendo los rótulos de muchos, se creyó erudito.
Pues ¿qué más quieren los que sólo estudian títulos de libros, si con fingirlos de cartón pintado, les sirven lo mismo?
El valor de la autenticidad le da a la persona autoridad sobre sí mismo ante sus gustos y caprichos, iniciativa para proponerse y alcanzar metas altas, carácter estable y sinceridad a toda prueba, lo que le hace tener una coherencia de vida. Toda obra original es valiosa: por el hecho de existir y poseer unas características y cualidades propias, todos somos "originales", pero no quiere decir que somos personas auténticas.
La autenticidad da a la persona una natural confianza, pues con el paso del tiempo ha sabido cumplir con los deberes que le son propios en el estudio, la familia y el trabajo, procurando perfeccionar el ejercicio de estas labores superando la apatía y la superficialidad, sin quejas ni lamentaciones. Por la integridad que da el cultivo de este valor, nos convertimos en personas dignas de confianza y honorables, poniendo nuestras cualidades y aptitudes al servicio de los demás, pues nuestras miras van más allá de nuestra persona e intereses.
Hubo un rico en Madrid (y aun dicen que era más necio que rico), cuya casa magnífica adornaban muebles exquisitos «¡Lástima que en vivienda tan preciosa», le dijo un amigo, «falte una librería!, bello adorno, útil y preciso.»
«Cierto», responde el otro. «Que esa idea no me haya ocurrido!...
A tiempo estamos. El salón del Norte a este fin destino. Que venga el ebanista y haga estantes capaces, pulidos, a toda costa. Luego trataremos de comprar los libros.
Ya tenemos estantes. Pues, ahora», el buen hombre dijo, «¡echarme yo a buscar doce mil tomos! ¡No es mal ejercicio! Perderé la chaveta, saldrán caros, y es obra de un siglo...
Pero ¿no era mejor ponerlos todos de cartón fingidos?
Ya se ve: ¿por qué no?
Para estos casos tengo yo un pintorcillo que escriba buenos rótulos e imite pasta y pergamino. Manos a la labor.»
Libros curiosos modernos y antiguos mandó pintar, y a más de los impresos, varios manuscritos. El bendito señor repasó tanto sus tomos postizos que, aprendiendo los rótulos de muchos, se creyó erudito.
Pues ¿qué más quieren los que sólo estudian títulos de libros, si con fingirlos de cartón pintado, les sirven lo mismo?
El valor de la autenticidad le da a la persona autoridad sobre sí mismo ante sus gustos y caprichos, iniciativa para proponerse y alcanzar metas altas, carácter estable y sinceridad a toda prueba, lo que le hace tener una coherencia de vida. Toda obra original es valiosa: por el hecho de existir y poseer unas características y cualidades propias, todos somos "originales", pero no quiere decir que somos personas auténticas.
La autenticidad da a la persona una natural confianza, pues con el paso del tiempo ha sabido cumplir con los deberes que le son propios en el estudio, la familia y el trabajo, procurando perfeccionar el ejercicio de estas labores superando la apatía y la superficialidad, sin quejas ni lamentaciones. Por la integridad que da el cultivo de este valor, nos convertimos en personas dignas de confianza y honorables, poniendo nuestras cualidades y aptitudes al servicio de los demás, pues nuestras miras van más allá de nuestra persona e intereses.
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